martes, 20 de noviembre de 2012

EL VEGETARIANISMO A TRAVES DE LA HISTORIA


El vegetarianismo a través de la historia



por Inma Morales


El vegetarianismo, lejos de ser solamente una opción dietética saludable, es sobre todo una elección ética que desde la antigüedad vienen tomando muchas personas con el fin de respetar verdaderamente a los animales, ante la evidencia de que el interés no sólo de los seres humanos sino de todos los seres capaces de sentir por preservar su vida, y por vivir libres de agresiones o manipulación, debe ser tenido en cuenta seriamente, ya que la única capacidad relevante moralmente que poseemos los seres humanos es dicha capacidad de sentir, capacidad que compartimos con los demás animales. Este artículo por cuestiones de espacio hace mención solamente a algun@s de ell@s, pero la lista es bastante más amplia de lo que pudiéramos pensar a primera vista, debido a que la escasa atención que se ha puesto hasta el momento sobre este importante tema en la historia del pensamiento, hace que parezca que el vegetarianismo por razones éticas es una tendencia novedosa y actual carente de trayectoria histórica, idea que como veremos a continuación, dista mucho de ser cierta.
Aunque fue el filósofo griego Pitágoras el indiscutible referente en la antigüedad sobre este tema, la obra "Sobre la abstinencia" del filósofo neoplatónico Porfirio es quizá junto con la obra de Plutarco "Sobre el consumo de carne", uno de los trabajos más serios que nos han llegado de la antigua Grecia que trate específicamente de la defensa del vegetarianismo por motivos éticos. Porfirio indica que los humanos han justificado el matar animales para comerlos poniendo énfasis en el hecho de que éstos, son miembros de especies inferiores ya que carecen de racionalidad, y por ello no habría nada que indicara que merecieran un trato justo. Sin embargo, indica este autor, los animales sí poseen facultades racionales. Porfirio establece una distinción entre facultades internas (como son la memoria, la prudencia, y el compañerismo) y externas (como el lenguaje) aunque las primeras estén por lo general menos desarrolladas en los animales no humanos, y la facultad externa mencionada, no es inteligible para nosotr@s. Según este autor, ello no es razón para excluir a los animales de la comunidad moral, ya que la justicia también la aplicamos por ejemplo a los humanos con discapacidades psíquicas, por lo que se evidencia que las capacidades cognitivas no son relevantes moralmente; o por ejemplo el que un griego no entienda el idioma de un hindú, no es en absoluto motivo para que el hindú no sea objeto de consideración moral. Se concluye de este modo, que el grado de racionalidad que se posea o el uso de diferentes formas de leguaje no son características moralmente relevantes que justifiquen poder matar a los animales para comerlos.
Durante el siglo XVIII hay varios autores que tratan con renovado interés este tema que durante la Edad Media y el Renacimiento había estado bastante dejado de lado. La visión del filósofo Descartes sobre los animales como máquinas animadas incapaces de sentir dolor y su defensa de la vivisección reavivó el debate sobre la consideración moral de los animales. Aunque la idea prevaleciente en esta época sobre el consumo de carne y la existencia de mataderos para este fin era que impedían la formación de un carácter virtuoso en el ser humano, el satirista holandés Bernard Mandeville y el poeta y ensayista británico Oliver Goldsmith destacan por sus interesantes puntos de vista sobre el tema. Mandeville muestra en su obra "La Fábula de las Bestias" que la costumbre de comer carne refuerza la perniciosa creencia socialmente aceptada de que los seres humanos sean superiores a los miembros de las otras especies, y por ello, puedan hacer con éstos lo que quieran (discriminación denominada especismo en la actualidad por especialistas en ética aplicada). Por su parte Goldsmith señalaba en la serie de ensayos "El Ciudadano del Mundo" la actitud hipócrita de la gente que se considera "amante de los animales" pero que al mismo tiempo acepta y apoya el que se maten animales por el mero hecho de satisfacer sus paladares, ya que comer carne no es necesario en absoluto.
Durante el siglo XIX la defensa del vegetarianismo ético continuó bastante en la línea del siglo precedente, con el argumento antropocéntrico de que el matar animales para consumo humano promueve el desarrollo de hábitos indeseables en los seres humanos. Pero cada vez más, empezaron a utilizarse argumentos basados en el daño y sufrimiento que el consumo de carne supone para los propios animales. En ese siglo nacieron las primeras sociedades vegetarianas tanto en Reino Unido como América. Richard Wagner no sólo fue un magnífico compositor sino convencido defensor de los animales y del vegetarianismo; en su idea de que deberíamos sentir empatía compasiva por los demás seres capaces de sentir, humanos o no, para el compositor alemán, nunca deberíamos olvidar que el sufrimiento es siempre sufrimiento, independientemente de las cualidades individuales de quien esté sufriendo. Por su parte el escritor ruso Leo Tolstoy se hizo vegetariano en 1885 junto con sus hijas por razones éticas. Para este escritor, comer carne es claramente inmoral ya que lleva consigo el tener que matar, acción en sí misma contraria a la moral y guiada por el deseo exclusivo de satisfacer el gusto por comer carne y no una necesidad real. La repugnancia y horror que le causaban los mataderos han quedado reflejados en escritos como el prefacio que escribió al libro de Howard Williams "La Ética en la Dieta".
La defensa actual del vegetarianismo ético se caracteriza por la variedad de perspectivas y argumentos planteados. Aunque no se olvidan las razones esgrimidas desde la antigüedad, destaca por su indiscutible evidencia el argumento filosófico de que los animales, al ser seres sintientes, deben tener una serie de derechos reconocidos que protejan sus intereses, por ello el vegetarianismo se presenta como la única dieta ética y respetuosa hacia todos los seres con capacidad de sufrimiento. También adquieren cada vez más peso argumentos de tipo económico o ecológico contrarios al consumo de carne y en general de productos de origen animal, por el impacto eminentemente negativo de esta práctica. Incansable defensor del vegetarianismo por razones éticas, el pensador inglés Henry Salt expuso en su libro "El Humanismo en la Dieta" cómo la recepción de una idea nueva como la del cambio de mentalidad que supone la aceptación del vegetarianismo a nivel social, es un extraño proceso que suele pasar por sucesivas fases. Primeramente se da un tácito rechazo, después llega la fase en que se ridiculiza abiertamente la opción planteada, le sigue una oposición más o menos respetuosa para finalizar con una aceptación parcial de la misma. Para Salt el principal argumento para promover el vegetarianismo es que no es ético matar animales para comerlos, y la manera de asegurar la desaparición del innecesario e injusto proceso de criar y matar animales para consumo humano, es reconsiderar primero nuestra actitud general hacia los animales que llevaría a la adopción gradual de la dieta vegetariana en la sociedad. Según Salt, "sacrificar animales de forma humana" es una gran contradicción y en este sentido es imposible encontrar justificación alguna para comer carne de animales sacrificados de esta supuesta manera. Asimismo señala que los verdaderos responsables del sufrimiento y muerte de los animales para consumo son los clientes de las carnicerías, son los que consumen productos de origen animal quienes sostienen y apoyan en última instancia la explotación y muerte de los animales.
El filósofo Tom Regan, profesor de filosofía en la Universidad de Carolina del Norte publicó en 1975 "Las Bases Morales del Vegetarianismo". Según este filósofo, no sólo el hecho de provocar sufrimiento a los animales para comerlos es condenable moralmente, también lo es, y de manera muy significativa, el hecho de quitarles la vida ya que si estamos de acuerdo en que los seres humanos tenemos un derecho natural a la vida, debemos concluir que también lo poseen los animales ya que estos últimos poseen como los seres humanos, intereses que deben ser protegidos. No hay nada que justifique que una práctica moralmente censurable en el caso de los humanos, no lo sea también para los animales no humanos, de lo contrario, todos y cada uno de los seres humanos y sólo los seres humanos deberíamos poseer una característica moralmente significativa que justificara la diferencia de consideración moral entre humanos y animales, pero la evidencia apunta a que no existe ninguna característica moralmente relevante que poseamos todos los seres humanos y no posean los demás animales.

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